En pleno desierto de Atacama, enclavado en la precordillera de la III Región y a unos 2.400 metros de altura, se encuentra ubicado uno de los campamentos mineros más modernos del mundo. Con sus grandes calles y avenidas y un diseño arquitectónico muy particular, El Salvador se ha convertido en un verdadero oasis en tan recóndito, aunque majestuoso paraje.
Los primeros antecedentes de ese mineral se remontan a la década del cincuenta, específicamente a 1951, cuando el geólogo estadounidense William Swayne presentó los primeros informes del terreno a The Anaconda Company, con el propósito de realizar los sondajes iniciales de la naciente mina, que más tarde se transformaría en la salvación y esperanza para el agotado yacimiento de Potrerillos, el que hacia fines de la década del cuarenta, se tornaba insostenible.
Luego de varios intentos frustrados, el 14 de julio de 1954, la perseverancia del obstinado geólogo tuvo su recompensa: se había llegado a una zona de enriquecimiento secundario en la Quebrada Turquesa, con ello se daba por descubierto El Salvador.
Los gestores de la construcción de la ciudad levantaron un moderno centro urbano, no habitual en la arquitectura de los centros mineros de nuestro país. Para su construcción se hizo necesario el estudio de varios factores, entre ellos la ubicación y condición geográfica del terreno, así como también ñas características ambientales y climáticas del lugar, con el objeto de otorgarle una mejor calidad de vida a los trabajadores y a sus familias.
Cuando Anaconda decidió construir una ciudad cercana al yacimiento, recogió los más modernos conceptos urbanísticos, los cuales se llevarían a cabo gracias a los recursos humanos y técnicos que disponía la empresa.
Esta innovación arquitectónica, que le da un estilo propio al mineral, es el resultado de la inspiración del arquitecto brasileño Oscar Niemeyer, quien ya había dejado plasmado su talento y capacidad creadora en la moderna ciudad de Brasilia.
Una vez conocido el plano original, el arquitecto de Anaconda, Mr. Raimond Olson, definió así el futuro poblado: “Tendrá la forma de un anfiteatro; su disposición como un gran semicírculo permitirá que sus calles sean curvas, con avenidas radicales partiendo del punto focal central. Será una comunidad caminante, puesto que existirá la misma distancia desde sus calles periféricas hacia el centro”. (Extracto libro “Albores de El Salvador” de Héctor Maldonado, ex trabajador de esa división Q.E.P.D.).
Finalmente el sueño de cientos de familias de poder conocer semejante joya, enclavada en pleno desierto de Atacama, se hizo realidad el 28 de noviembre de 1959, con la inauguración de la nueva ciudad de El Salvador.
El fallecido trabajador y escritor de ese mineral, Héctor Maldonado Campillay, en su libro definió así ese momento sublime: “Las casas nuevas relucían al sol con sus colores suaves y atrayentes que incitaban a ser ocupadas los cerros de sus alrededores, casi vírgenes, eran de hermosos tonos ocres y por sus lomas pululaban guanacos y ñandúes, sorprendidos del ajetreo de esta hermosa ciudad futurista y promisoria”.
Las modernas y sólidas casas mantienen hasta el día de hoy las vanguardistas ideas alguna vez esbozadas por aquél innovador brasileño. Sus diseños hacen que estas sean muy similares entre sí, diferenciándose tímidamente por sus colores, los que en la mayoría de los casos, y en especial en las construcciones de más de dos pisos, tienen una característica muy peculiar: Tanto el primero, como el segundo nivel presentan colores diferentes, claro eso sí dentro de la misma tonalidad (básicamente colores pasteles). La razón de tan singular forma de embellecer la fachada del imponente concreto, seguramente estuvo dada para romper con la palidez del señorial paisaje desértico.
El Casco Romano
Pero no solo la elegancia y convencionalidad de sus construcciones sobresalen en este territorio ubicado a unos 1.000 kms de Santiago, basta con contemplar la ciudad desde algún cerro aledaño para observar claramente la forma de casco romano, que su creador quiso darle. Según cuenta la historia, que no sabemos con certeza si es mito o realidad, el origen de este inusual diseño urbanístico se remonta a unos de los viajes realizados por los ejecutivos de la empresa estadounidense al terreno donde se levantaría tanto el yacimiento como la ciudad de El Salvador. Un día determinado, uno de ellos viajó acompañado de su pequeño hijo, quien levaba consigo un casco romano de juguete. Tanto era el cariño que el infante tenía al singular juguetito que no se separaba de él ni por un solo momento.
Cuando llegó el momento de emprender el viaje de regreso a los Estados Unidos, el pequeño se dio cuenta que el casquito se le había perdido. El niño desconsolado no hacía más que llorar. Frente a este desgarrador panorama, su padre, muy conmovido por lo ocurrido a su pequeño hijo, lo consoló ofreciéndole otro casco, aún mejor.
Años después, el ingeniero regresó al ya construido Salvador, nuevamente en compañía de, su ahora, adolescente hijo. Mientras sobrevolaban la zona donde se había levantado el mineral, el americano pregunta a su hijo: ¿Te acuerdas del casco que tanto querías y que un día perdiste cuando niño?…Ahí está, míralo, indicando la nueva ciudad de El Salvador.
Todo Grande
Tal parece que en el léxico de aquéllos hombres progresistas no cabía la palabra pequeño. Desde sus enormes avenidas, de no menos de cuatro pistas, hasta grandes edificios de modernas líneas, entre los que se destacan los tres clubes sociales destinados al esparcimiento y entretención, tanto de los trabajadores, como de los ejecutivos de ese yacimiento; un teatro sin igual – que hasta hoy es utilizado, no sólo para exhibir estrenos cinematográficos, sino que además para los grandes acontecimientos públicos de la ciudad -. Mención aparte merece un mecano de seis niveles y que es la principal escuela de la ciudad. Al internarse en sus pasillos, da la sensación de estar en una gran universidad, tanto por sus amplios espacios, equipados laboratorios y grandes muticanchas, como por la calidad de su infraestructura. Sin embargo, la sorpresa es grande al percatarnos que sólo se trata de uno de los dos establecimientos de enseñanza primaria que posee la ciudad: la Escuela Nº1 “La Mina”, por cierto, la más importante del campamento.
Otra de las distinciones que sobresalen a simple vista son los complejos deportivos que el poblado ofrece a la comunidad, los que por su particular estilo, lo transforman quizás en únicos en el mundo.
Un ejemplo claro de ello es la peculiar cancha de golf. Muchos se preguntarán que tiene de extraño un recinto destinado a continuar ese legado heredado de aquéllos señores del norte del mundo. Pero nadie se imagina sostener un encuentro en un lugar donde los deportistas deben sortear, no sólo la astucia del rival, sino también kilómetros de arena y roca, acompañados del inclemente sol del desierto.
Ya en tiempos más modernos, pero conservando la línea arquitectónica de la ciudad, fue creado el que hasta ahora es el estadio de fútbol “más grande del mundo”, denominado así puesto que su capacidad (20.000 espectadores) sobrepasa ampliamente la cantidad de habitantes de la ciudad, que no supera los 14.000 ciudadanos.
Desde las alturas es posible observar como emerge imponentemente esa impecable alfombra verde, que según dicen los propios habitantes de El Salvador, es uno de los más grandes orgullos, sobre todo por el gran esfuerzo que significa mantenerlo en perfectas condiciones, a pesar de lo adverso del clima.
Este es El Salvador, tierra que no sólo es de cobre y de sol, sino que también fruto de aquéllos hombres que dejaron un legado histórico que permanece en el tiempo, con la misma grandeza de siempre; esa majestuosidad que no deja de impresionar al visitante, deleitándolo con sus parajes, que tienen como fondo la imponente imagen de “La Mina”, esa musa que inspiró a más de algún loco soñador.